viernes, 20 de mayo de 2011

NOTA EN CAROLINA QUINTANA


¿Pensar es subversivo? 

Puntaje: 7/10
Por su didáctica que no aturde ni cansa; por su entrega y pasión en el escenario; por su incuestionable vigencia, puede decirse que Sócrates, el encantador de almas es un espectáculo para recomendar. 

Por Pablo E. Arahuete

Aún en nuestros días pensar implica un acto de subversión frente a lo impuesto por la cultura; ejercer aquello que nos hace libres y no esclavos resulta para los poderosos por lo menos sospechoso y en definitiva riesgoso para mantener el supuesto status quo de lo que se debe y no cuestionar. Ahora bien, sin terminar en la decisión extrema de beber cicuta en pos de la defensa de las convicciones personales, para un profesor universitario, cuestionado por su método poco ortodoxo de enseñanza, dejar sembrada la semilla del conocimiento y del descontento es un acto de subversión. Ese es el nexo que encuentra la actualidad con el pasado de la época de la filosofía griega en esta interesante pieza teatral de Eduardo Rovner: Sócrates, el encantador de almas, protagonizada únicamente por el actor Luis Campos. Con una puesta en escena mínima y el uso del espacio escénico en función del texto, Campos se desdobla en lo que podría denominarse la representación de su última clase transportando imaginariamente a los espectadores, testigos de privilegio y a la vez conspiradores del silencio como aquellos 501 ciudadanos que participaron durante las jornadas del juicio al filósofo griego declarándolo culpable y condenándolo a muerte por considerarlo corruptor de jóvenes y por introducir nuevos dioses y no honrar a los ya existentes. En los descargos del gran pensador, a quien el oráculo había declarado poco antes del juicio como el hombre más sabio, Campos desmenuza el pensamiento de un hombre de 70 años adelantado a su época y pone en práctica la dinámica de la mayéutica socrática a fuerza de preguntas retóricas al público para intentar dar a luz la verdad en un contexto de absoluto oscurantismo. Pero más allá del viaje hacia el pasado nunca se pierde de vista el presente del profesor cuestionado, así como la amenaza constante de esos pasos rígidos que lo interrumpen y le recuerdan que está vigilado. Resulta también llamativa para la propuesta, la idea que tuvo el autor de apelar al monólogo interior del personaje creando la figura de sombrates, la sombra del propio Sócrates con quien el filósofo discute, reflexiona y se confiesa tanto en público como en la intimidad. Ese fluir de la conciencia que nos aproxima al hombre por encima del mito funciona no sólo como recurso narrativo sino también como elemento para encontrar los ritmos y tonos de un relato que Luis Campos maneja con exactitud y sin sobreactuaciones tentadoras al estar proyectando nada menos que el fantasma de una figura de semejante relieve. Por su didáctica que no aturde ni cansa; por su entrega y pasión en el escenario; por su incuestionable vigencia, puede decirse que Sócrates, el encantador de almas es un espectáculo para recomendar.

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