lunes, 18 de julio de 2011

NOTA EN PERFIL

Por Ana Seoane 

"Seré la malísima de la televisión"

En la Fundación Konex hace Te voy a matar, mamá. Además, prepara su nuevo personaje en la nueva tira de Telefe, Cuando me sonríes, para el que se tiñó de pelirrojo y se dejó el flequillo.

Cuando llega a la entrevista cuesta reconocer a Mercedes Funes, ahora pelirroja y con flequillo. “Este cambio de look es por el nuevo personaje –explica– que encarnaré en la próxima tira de Telefe, Cuando me sonríes, junto a Facundo Arana y Julieta Díaz, aún sin fecha de aire.” Mucho más no podrá contar mientras se maquilla en el camarín de la Fundación Konex, un rato antes de interpretar Te voy a matar, mamá, escrito y dirigido por Eduardo Rovner. “A mis 13 años, en teatro hice Gipsy, junto a Mabel Manzotti, luego hice varias temporadas con La flaca escopeta y también giras con Flores de acero.”
—¿Cómo fue trabajar con Rovner, autor y también director?
—Le tuve miedo al comienzo, pero él convocó a Fabi Maneiro, con quien también trabajé. La puesta en escena fue compartida, casi por los tres, ya que hay muchos movimientos que salieron de mí. Aporté varias grabaciones porque mis padres habían guardado mis voces desde bebé y Rovner reescribió una escena, basándose en ese material.
—¿Es tu primer unipersonal?

—Sí, es un texto absolutamente catártico. Cuando lo leí vi difícil encontrarle matices, pero al transitarlo descubrí lo que quería decir, más allá de lo literal del título. Habla de los deseos individuales de matar ciertos aspectos de uno que son nocivos. La necesidad de dejar de ser hija, para transformarse en persona. Crecer es un camino de mucho dolor y en este personaje se ven reflejadas muchas personalidades. La obra la escribió un hombre que imaginó a una mujer, por lo cual tiene una gran universalidad. Nosotras, a diferencia del universo masculino, sentimos la necesidad, en algún momento de nuestras vidas, de proyectar, con la búsqueda de un “para qué”, sea un hijo o una profesión.
—¿Cuál es tu “para qué”?

—Ahora, con mis 32 años, lo tengo claro. Me pregunté si era feliz actuando, creí que lo hacía por inercia, por oficio y porque me daba de comer. Pero descubrí que ésta sí es mi verdadera vocación y me da plenitud. El otro “para qué” fue mirarme y confesarme que en algún momento quiero ser la madre de alguien. Todas estas dudas se las volqué al personaje, la gran diferencia es que yo tengo las herramientas y me tengo fe, mientras que mi protagonista no.
—¿Tus maestros?

—Por un lado, con quienes estudié: Raúl Serrano, “el Indio” Romero y Julio Chávez. Por otro lado, los compañeros con quienes compartí escenario y me enseñaron: Nora Cárpena (en Flores de acero), Nacha Guevara (El graduado) o Arturo Bonín (Illia).
—En la nueva tira, ¿harás de la contrafigura de Julieta Díaz?

—Seré la pelirroja malísima de la comedia (se ríe). Debo tener cara de mala, ¡pero juro que soy buena! Estos personajes tienen muchos matices, arman los conflictos y a mí me divierte mucho hacerlos.
—¿Te preocupa la competencia con El Trece?

—La televisión es un negocio que nunca entenderé. Pero me hace feliz que haya tantas ficciones, creo que se retroalimentan. Ojalá que haya, así se crea el hábito de verlas. Ahora se sumó Canal 7, sólo falta el 9. Sería ideal que los cuatro canales de aire dieran estas opciones, para los actores y para el telespectador. Las ficciones no emiten opiniones, sólo son entretenimiento. El arte no es déspota, siempre abre caminos y no te exige nada.
—¿“Cuando me sonríes” tendrá un contenido social como tuvo “Vidas robadas”?

—No puedo adelantar nada, pero ésta es una comedia. Creo que lo que se busca es hacer reír sin caer en bajezas, ni ofender, sino con el “estilo Yankelevich”, como Grande pa o Mi cuñado. Se busca una pantalla menos agresiva, dejar el bastardeo y entregar una sonrisa; más en un año tan político como éste, con elecciones mediante.

El recuerdo de Romina
—¿Qué recuerdo te dejó Romina Yan?
—Tuve la suerte de ser su compañera de camarín en Casi ángeles; ella quiso compartirlo, demostrando una vez más su generosidad. Estos gestos los tuvo siempre. (Se quiebra, lagrimea.) Quiero ser honesta: fue una persona muy buena y generosa conmigo, sin hacer demagogia. En un mal momento de mi vida (cuando se separó de Nicolás Vázquez, a quien no nombró en ningún momento), me arrastraba a tomar un café y un día llegó con un sombrero de regalo. Son actitudes de una mujer espléndida. Por eso dolió tanto su partida. La vida sabrá por qué se la llevó.
—¿Te psicoanalizás?

—Sí, pero me gusta más decir que hago análisis. La vida es una sola y vi bastantes muertes a mi alrededor. Hoy creo que hay que devorarse la vida, no perderse nada. Para eso debo estar atenta a mí y ese espacio me lo da.
—¿Llegaste al análisis por tu separación?

—No, hace nueve años que me hago preguntas. Me costaba mucho escucharme y saber qué quería. Ahí pude mirarme el espejo del alma, y me ayuda día a día a verme como soy. 
—¿Hoy estás en pareja?

—Sí. Apareció en mi vida Fernando, que trabaja en la Bolsa de Comercio. Es una de las mejores personas que conocí. Muy buen tipo. Convivimos con mi perra (Simba) y un gato (Momo) que encontramos en la calle, en tiempo de carnaval.

 Link: http://www.perfil.com/ediciones/2011/6/edicion_582/contenidos/noticia_0016.html

NOTA EN ASALALLENAONLINE.COM.AR

Por Carolina Amoroso
Una mujer-niña planea matar a su madre. En la preparación del ritual que dará muerte a su progenitora, la eterna hija desentraña todos los traumas acuñados a lo largo de una relación que, apelando a un eufemismo, resulta algo más que conflictiva.
Te voy a matar, mamá de Eduardo Rovner se sostiene sobre esta línea argumental. Pero, desde esa peligrosa motivación, se desprenden aristas aún más interesantes: el amor (en la expresión más tierna, y en la más perversa), la imposibilidad de elaborar la muerte, la frustración, la soledad, la patética e infructuosa búsqueda por dar sentido a la existencia, la negación al crecimiento, y los miedos (todos).
La obra de Rovner nos invita a reflexionar sobre la escena primaria del amor. Y por ende, sobre el poder que adquiere a lo hora de formar (o deformar), nuestra identidad. Se trata de un unipersonal donde, inteligentemente, el único personaje en escena es el de la hija. Sin embargo, a través de esa subjetividad, se  presentes los demás protagonistas de la historia. El sujeto detonante de la acción (la madre),  adquiere una presencia inquietante, construída, paradójicamente, a partir de su aplastante ausencia. Se reconstruyen así, todas las grietas de la inquietante trama familiar.
El trabajo de la actriz Mercedes Funes es un conmovedor despliegue de oficio actoral. Logra traer a escena un sinfín de imágenes y personajes (o fantasmas), con un compromiso emocional que revela un gran sentido de verdad. Entiende el imaginario del personaje y lo abraza exponiendo toda su humanidad.
La puesta es austera, con objetos y escenografía muy bien dispuestos en el espacio. Las transiciones logradas a partir de cambios e iluminación delinean imágenes poéticas y sugerentes. Las grabaciones utilizadas para llevarnos a las memorias de la infancia del personaje también resultan acertadas y hasta necesarias.
Desde la dirección hay, quizás, un cierto abuso de la intensidad dramática. La pieza aparece teñida, por momentos, de un recurrente tono lacrimoso que desvaloriza los matices emocionales de la protagonista, restándoles impacto. El mundo de los extraños rituales de espiritualidad chabacana en el que se apoya la protagonista para dar sentido a parte de su accionar, pueden servir de buena excusa para explotar momentos de absurda comicidad. Si bien aparece un intento de hacerlo, es sólo un tímido esbozo.
Lo más logrado, desde la dirección, es el impactante final, que es verdaderamente inesperado y nos deja, como a la protagonista, suspendidos en la desolación.

Puntaje: 3/5