lunes, 18 de julio de 2011

NOTA EN ASALALLENAONLINE.COM.AR

Por Carolina Amoroso
Una mujer-niña planea matar a su madre. En la preparación del ritual que dará muerte a su progenitora, la eterna hija desentraña todos los traumas acuñados a lo largo de una relación que, apelando a un eufemismo, resulta algo más que conflictiva.
Te voy a matar, mamá de Eduardo Rovner se sostiene sobre esta línea argumental. Pero, desde esa peligrosa motivación, se desprenden aristas aún más interesantes: el amor (en la expresión más tierna, y en la más perversa), la imposibilidad de elaborar la muerte, la frustración, la soledad, la patética e infructuosa búsqueda por dar sentido a la existencia, la negación al crecimiento, y los miedos (todos).
La obra de Rovner nos invita a reflexionar sobre la escena primaria del amor. Y por ende, sobre el poder que adquiere a lo hora de formar (o deformar), nuestra identidad. Se trata de un unipersonal donde, inteligentemente, el único personaje en escena es el de la hija. Sin embargo, a través de esa subjetividad, se  presentes los demás protagonistas de la historia. El sujeto detonante de la acción (la madre),  adquiere una presencia inquietante, construída, paradójicamente, a partir de su aplastante ausencia. Se reconstruyen así, todas las grietas de la inquietante trama familiar.
El trabajo de la actriz Mercedes Funes es un conmovedor despliegue de oficio actoral. Logra traer a escena un sinfín de imágenes y personajes (o fantasmas), con un compromiso emocional que revela un gran sentido de verdad. Entiende el imaginario del personaje y lo abraza exponiendo toda su humanidad.
La puesta es austera, con objetos y escenografía muy bien dispuestos en el espacio. Las transiciones logradas a partir de cambios e iluminación delinean imágenes poéticas y sugerentes. Las grabaciones utilizadas para llevarnos a las memorias de la infancia del personaje también resultan acertadas y hasta necesarias.
Desde la dirección hay, quizás, un cierto abuso de la intensidad dramática. La pieza aparece teñida, por momentos, de un recurrente tono lacrimoso que desvaloriza los matices emocionales de la protagonista, restándoles impacto. El mundo de los extraños rituales de espiritualidad chabacana en el que se apoya la protagonista para dar sentido a parte de su accionar, pueden servir de buena excusa para explotar momentos de absurda comicidad. Si bien aparece un intento de hacerlo, es sólo un tímido esbozo.
Lo más logrado, desde la dirección, es el impactante final, que es verdaderamente inesperado y nos deja, como a la protagonista, suspendidos en la desolación.

Puntaje: 3/5

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